martes, enero 10, 2006

SACAR AL PERRO A “HACER SUS NECESIDADES”

El barrio en el que vivo, es uno de esos barrios donde la gente, llegando en fin de semana, se coloca su chándal de paseo, y sus deportivas, y se echa a la calle, con su “yorkshire”, o con su “labrador retriever”, un poco a andar, otro poco a hacer “buena vecindad”, y muchas veces con el pretexto y motivo, de sacar al perro a “hacer sus necesidades”.
Esto de sacar al perro a “hacer sus necesidades”, giro lingüístico que todos entendemos, y que se refiere a una sola, y muy concreta de las necesidades del animal, es una vieja costumbre, practicada hasta ahora, con la mayor naturalidad, por la gente de bien, que amante de los animales, acoge cariñosamente a un perro de compañía, en su propio hogar, y se molesta en cuidarlo, con las incomodidades que comporta, que no son pocas, y en pagar los gastos veterinarios y de manutención que implica. Responsabilizarse de un animal de compañía, no es cómodo, ni barato. Muchos de mis amigos sacan a “pasear a su perro, antes de irse al trabajo, de noche todavía, y una vez que el sol se ha puesto nuevamente, para que el animal pueda desahogarse, y hacer sus necesidades en la vía pública, sin plantearse, salvo excepciones, el menor problema.
Y es cierto que en la España del IX, y primera mitad del XX, no había problema alguno en que los perros “hicieran sus cosas” en la calle, como tampoco lo había en dejar las gallinas sueltas por los pueblos, o en salir a defecar al patio.
Las costumbres higiénicas, han variado bastante en pocos años. Hace un lustro, en pocos pueblos había alcantarillado público, y aun en menos, agua corriente. El cuarto de baño, el calentador, y la cisterna del inodoro, son inventos incorporados hace no tanto tiempo, a nuestros hábitos de vida. Mi abuela, que era “de pueblo”, al igual que el resto de sus paisanos, para poder lavarse, en sus tiempos, tenía que calentar el agua, en una cocina de leña, y servirla luego en una “jofaina”, o en un lavabo. Y esta laboriosa operación tenía que repetirla para cada uno de los miembros de la numerosa familia, que, como era muy normal, por aquel entonces, sumaba un total de siete hijos, aparte de la pareja.
Si bien en las grandes ciudades, la necesidad de una redes de saneamiento comenzó a materializarse, a partir de las grandes epidemias de peste y cólera, de la edad media, todavía en el Madrid del siglo XVIII, no existía un sistema de alcantarillado, y las aguas residuales y basuras se arrojaban desde las ventanas al grito de “¡agua va!”. ¿Quién no ha oído contar, que en las ciudades de nuestra España profunda, hasta casi la posguerra, era práctica habitual el retrete compartido por varios vecinos, o que eso del agua precalentada, se consideraba un lujo, no al alcance de todos?.
En este mundo, de hace apenas un siglo, donde era frecuente ver elegantes señores orinando en las esquinas, o haciendo uso de hermosas escupideras en los cafés de más postín, nadie podía imaginar que hoy por hoy, estuviéramos a punto de prohibir el consumo de tabaco en los lugares de trabajo, y ni mucho menos, que a alguien pudiera molestarle, que un chucho, “depositara” sus “deposiciones”, valga la redundancia, en plena vía pública.
Nuestra relación con el mundo animal ha cambiado mucho en el último siglo, en este país. Prácticamente, hemos pasado, de compartir techo con el ganado doméstico, como cerdos, gallinas, y vacas, a la cría y explotación intensiva, del ganado estabulado, en sofisticados e higiénicos establos, controlados, en muchas ocasiones por inteligencia artificial. Han aparecido asociaciones por la defensa de los animales, y contra su maltrato, la sanidad pública veterinaria, controla y comprueba el estado de las poblaciones de las diferentes especies animales, previniendo enfermedades y epidemias, con una exhaustiva normativa, y una amplia red de profesionales a su servicio. Se han dictado leyes que regulan tantos aspectos de la relación “persona–animal”, que hasta la forma de sacar al perro a la calle, está, como no podía ser de otra manera, legislada.
La distintas normativa sobre tenencia de perros, regulan, desde las vacunas obligatorias, hasta la cartilla sanitaria exigida por la ley, pasando por los oportunos registros de canes, creados en los ayuntamientos de numerosas ciudades.
Atendiendo a las inquietudes suscitadas por los esporádicos, pero persistentes ataques de perros a personas, a veces con resultados de graves lesiones, e incluso muertes, se publicó el Real Decreto 287/2002, de 22 de marzo, por el que se desarrolla la Ley 50/1999 de 23 de diciembre, sobre el régimen jurídico de la tenencia de animales potencialmente peligrosos, al objeto de preservar la seguridad de personas, bienes y otros animales, en el que se establece, el catálogo de los animales de la especie canina, que pueden se incluidos en esta categoría, así como los criterios mínimos para la obtención del certificado de capacidad física y aptitud psicológica, exigidos a los dueños de estos animales, los cuales están obligados además, a obtener una licencia, y a pagar un seguro de responsabilidad civil por daños a terceros, por una cuantía también determinada legalmente.
Pero ¿ quien protege a los peatones contra las heces fecales de los perros? Para muchas ciudades, este problema, no alcanzando proporciones de alto riesgo sanitario, sí comienza a resultar, cuando menos, incómodo, y no pocos de nuestros ayuntamientos, han probado ya de todo, empezando por el famoso “pipi-can, y acabando por la imposición de sanciones, a quienes no cumplen las medidas reguladoras que han dictado, en este sentido, y que obligan a los dueños de perros, a recoger sus heces, de la vía pública.
Nadie tiene derecho a colocarnos un “mojón” en la suela del zapato, ni a sembrarnos las aceras de restos orgánicos, con sus correspondientes “moscones”, porque sencillamente, le resulte cómodo.
Ya empieza a resultar incongruente, esa imagen del más normal de los vecino o vecinas, esperando con la mayor naturalidad del mundo, a que su “chucho”, nos convide a todos, con su maloliente e insalubre regalo.
Yo creo, que este nuevo problema de nuestras masificadas ciudades, es una cuestión de desajuste o desfase educativo, y que se resolvería fácilmente con unas cuantas buenas campañas de concienciación ciudadana, tan persuasivas como las que hemos visto ya en televisión, pero más amplias . Y como no tengo ninguna duda, de que los dueños de los perros, yo la primera, son gente preocupada, y cívica, estoy convencida que a poco que se les haga ver, lo absurdo de “pasarle” las”mierdas” de su mascota, al vecino, asumirán la costumbre, ya empleada por los más concienciados, de no dejar las “cacas” de su querido animal, olvidadas en esa calle, que por ser de todos, se merece tanto respeto, como nuestra propia casa, a la hora de “sacar al perro a hacer sus necesidades”.

Milagrosa Carrero Sánchez