sábado, diciembre 17, 2005

VUELVE EL DERROCHE ENERGÉTICO POR NAVIDAD
Por Milagrosa Carrero Sánchez

Seguirle la pista a un envoltorio de papel, y no adquirir conciencia ecológica es prácticamente imposible. Cada vez que se acercan estas fechas, me armo de paciencia, y analizo con mis alumnos, en clase, y con mis hijas, en casa, las consecuencias que implica, el inocente detalle de envolver un regalo. Les ayudo a retroceder mentalmente hasta la fábrica de papel, e imaginamos las enormes batidoras de la pasta, consumiendo más kilovatios de los que nos caben en nuestra imaginación. Visualizamos montones de rodillos giratorios, conformando las láminas, potentes ventiladores, soplando aire precalentado para secarlas, cortadoras, igualando los bordes, impresoras, componiendo bonitos diseños, ordenadores controlando con programas adecuados, todo el proceso, y todo esto, a base de un gasto ininterrumpido de energía eléctrica. No hace falta calcular los Kilovatios, que consume cada día una fábrica de papel, pero si tenemos en cuenta, que el ventilador de cualquier aspiradora tiene una potencia de, al menos, 900 vatios, y cualquier resistencia eléctrica entre uno, y dos kilovatios, podemos imaginar el gasto eléctrico diario, que suma, durante un mínimo de ocho horas, con todas sus máquinas, una industria de este tipo.
El consumo de energía en una planta papelera, varía mucho dependiendo del proceso de fabricación de la pasta, que puede tratarse química o mecánicamente.
Muchas fábricas utilizan turbinas de vapor. Estas máquinas térmicas, queman directamente el combustible, produciendo la consiguiente contaminación. En cualquier caso, el proceso requiere el funcionamiento de muchos motores, frecuentemente eléctricos, de gran potencia, tales como trituradoras, y refinadoras.
El uso de energía eléctrica en lugar de máquinas térmicas (motores y turbinas), no significa actualmente, menor riesgo de contaminación, ya que el 56 % de la energía eléctrica producida, se obtiene en centrales térmicas convencionales, que queman hidrocarburos, produciendo emisiones tóxicas, procedentes de la combustión, además de contaminar térmicamente el entorno, por el exceso de energía, que hay que disipar, en la torres de refrigeración.
En nuestro país hay en funcionamiento, aproximadamente, 200 centrales térmicas, con una potencia total instalada de 27.000 MW.
De manera, que cada vez que uso un pañuelo de papel, soy responsable directa de los efectos de la contaminación.
El efecto invernadero, producido por las emisiones a la atmósfera, de gases, procedentes de la combustión de hidrocarburos, como el dióxido de carbono, o el metano, entre otros, es probablemente, el causante del aumento de la temperatura del planeta, y de la previsible alteración del clima, cuyas desconocidas consecuencias empieza a preocupar, no sólo a los científicos.
La concentración media de dióxido de carbono se ha incrementado desde unas 275 ppm antes de la revolución industrial, hasta 361 ppm en 1996.
Los niveles de metano se han doblado en los últimos 100 años.
Los científicos piensan que la mayor concentración de gases con efecto invernadero, producirá, un cambio climático, que será más rápido en tierra firme que en los mares, cuyas aguas, absorberán inicialmente el calor adicional, estando previsto un aumento de la temperatura de entre 1º, y 3.5 ºC para el año 2100.
Es imposible saber, y menos demostrar, si el aumento de 0.6ºC que la temperatura media del planeta ha sufrido en los últimos 130 años, se debe a este efecto, pero parece claro que existe una relación, y en busca de una solución práctica, los países europeos, “dieron a luz”, el 11 de diciembre de 1997, el conocido Protocolo de Kioto, determinando medidas, para la reducción de las emisiones, en los países industrializados.
En dicho acuerdo, se limitan las emisiones de varios gases de efecto invernadero: dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, hidrofluorocarbonos, y perfluorocarbonos.
No es posible predecir, con exactitud, las consecuencias de este fenómeno, para lugares concretos, pero es previsibles que los desiertos se hagan más cálidos, y secos, afectando especialmente a Oriente Medio, y a África, sin olvidar a la Península Ibérica. Si esto llegara a ocurrir, podrían fundirse entre un tercio y la mitad de los casquetes polares, inundando grandes superficies costeras, y produciendo grandes cambios en los ecosistemas, que supondrían una convulsión en nuestra sociedad.
Sin embargo, en estas fiestas navideñas, nadie diría que el despilfarro energético pudiera suponernos problema alguno.
El solsticio de invierno, se ha celebrado en diferentes culturas, desde hace más de un millar de años, 12.000 según algunos antropólogos, como E.W.Budge. Significa la vuelta de la luz, el renacimiento de las tinieblas. Los nórdicos y celtas, lo celebraban durante doce días. En tiempos de los romanos, el emperador Aureliano, en el siglo tercero, estableció el 25 de diciembre, como cumpleaños del sol invencible, dentro de las celebraciones romanas del solsticio de invierno. Como el niño Jesús, muchos dioses y héroes anteriores (Edipo, Perseo, Jasón, Apolo, Mirta, Horus...etc), poseían historias parecidas, de nacimiento, muerte y resurrección.
Cuando la iglesia católica aceptó esta fiesta, como parte de su religión, en el 320 de nuestra era, ya eran populares las celebraciones Mithraicas, de los Romanos, y las dedicadas al dios Yule de los Celtas y Sajones.
Así pues, no es de extrañar esa efervescencia del espíritu navideño, que nos impulsa al cambio, cada solsticio de invierno. Claro que, en nuestro mundo consumista, manifestamos estos impulsos con un convulsivo comportamiento depredador, que nos empuja a gastar mucho dinero, y a desperdiciar mucha energía. Y así, sin pensar en las consecuencias, nos vemos obligados, a preparan desproporcionados banquetes, cubrir a nuestros allegados de inservibles regalos, y convertir las noches en días, en un colorido espectáculo, de luces de colores.
¿Y que me dicen de la desproporcionada inversión en adornos luminosos, de las ciudades? ¿De donde sale la energía eléctrica que nos damos el “lujazo” de derrochar, de la manera más insolidaria y más antiecológica posible, para simple distracción de nuestros sentidos? ¿De las centrales térmicas, causantes de los fenómenos comentados, o a caso, de las temidas centrales nucleares, cuyos residuos radiactivos, quedarán amenazando a las futuras generaciones, durante cientos, miles e incluso millones de años?
En España se producen cada año 2.160 toneladas de residuos radiactivos, depositados, periódicamente, entre el cementerio, para restos nucleares, del Cabril, que recibe anualmente 2000 toneladas de residuos, de baja y mediana actividad, y las propias instalaciones, que guardan celosamente el resto.
Pero vivimos en esa especie de burbuja mágica, de los países “desarrollados”, que de espaldas a la realidad, embelesada con nuestro propio afán consumista, ignora deliberadamente las consecuencias de sus propios actos. Y puedo entender, que en verano, nos empeñamos en pasar frío, regulando los termostatos, de los climatizadores, por debajo de la temperatura legalmente permitida, y que en inviernos, gocemos pasando calor, con las calefacciones a tope, pero lo que me resulta inconcebible, es este empeño en derrochar energía, que obliga a las casas comerciales a presentar los productos, embalados en laboriosísimos paquetes, de varias capas, a los ayuntamientos a despilfarrar convulsivamente en iluminación, arrastrados por una especie de fuerza competitiva, y a nosotros, la gente que vivimos sumergida en este sistema, a olvidar que con cada regalo que envolvemos, cada objeto inútil que compramos, cada vatio innecesario que gastamos, estamos desperdiciando una energía, que ninguna civilización anterior, en los últimos 12.000 años, había soñado jamás, con ofrecer en sacrificio, al más exigentes de sus dioses, para salir de las tinieblas, la noche más larga del año.

Milagrosa Carrero Sánchez


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