domingo, enero 29, 2006

LA MOVILDEPENDENCIA, MÁS QUE OTRA ADICCIÓN

Mientras espero, con mi coche parado, detrás de un semáforo en rojo, observo que el conductor del vehículo contiguo, parece estar hablando solo, aunque a juzgar por sus curiosas carantoñas, se diría que está a punto de sucumbir a los encantos de la más tierna de las ninfas . Supongo que está hablando a través del manos-libres del móvil, y por lo que llevo aprendido de lectura de labios, y lenguaje no oral, casi podría adivinar que está diciendo.

Si hace cinco años, hubiera visto a alguien conduciendo en ese estado, quizás habría llamado al 092 preventivamente. Claro que entonces la gente que conducía sin compañía, se limitaba, en el más excéntrico de los casos, a mover los labios para cantar, aunque eso sí, produciendo un curioso efecto igualmente ridículo visto desde fuera. Hasta entonces, era tan poco frecuente que la gente nos paseásemos por la calle con el móvil en la oreja, que sacarlo en plena vía pública resultaba un gesto ostentoso, próximo a la pedantería. En ese breve periodo de tiempo la mentalidad ha dado tantas vueltas que ahora, apenas suena la “musiquita” del famoso “invento”, todos echamos la mano al bolso, o al bolsillo, por si es el nuestro . El que más y el que menos, aprovecha el recorrido, o el paseo, para hacer algunas llamadas, práctica que se ha vuelto tan habitual, que son bastante numerosos los transeúntes que hablan mientras caminan.

Y es que este pequeño radiotransmisor, que ha poblado nuestro paisaje de necesarias pero polémicas antenas, casi se ha convertido en una prolongación de nuestro cuerpo por méritos propios.

Claro que hay quien se resiste todavía a la innegable utilidad del aparato, con el sólido argumento de negarse a su control, y con parte de razón, si consideramos, que llevarlo encima supone indudablemente, el estar localizado las 24 horas del día, y no solo por la suegra, o por el novio, sino por el operador telefónico que tengamos contratado, que podría disponer, si la ley del lugar no se lo impide, de todas las conversaciones que vuelan entre sus antenas, a merced igualmente, de cualquier servicio de investigación. Las posibilidades técnicas de que disponen las redes de telefonía móvil, son en este sentido, suficientes para acabar con la poca intimidad que nos quedaba, y en el frente de batalla, sobre la regulación legal del novedoso invento, saltan chispas a lo largo del globo.

Pero el móvil ha llegado a ser, sobre todo, indispensable. Es parte de la revolución de las comunicaciones
No quiero imaginarme a los miles de hombres y mujeres, bien empresarios, bien trabajadores autónomos, o por cuenta ajena, que lo usan como herramienta de trabajo, prescindiendo de él, en una caótica e improductiva jornada contra las ondas.
En el terreno del uso particular sus aplicaciones son innumerables: A los padres les proporciona cierta tranquilidad cuando sus hijos salen de “marcha”; En la carretera es el mejor amigo del viajero, en caso de percance; Nos permite movernos, aunque esperemos una llamada importante; Y por si fuera poco, nos ofrece el necesario soporte logístico, para asumir, incluso, ciertos riesgos, que evitaríamos sin contar con el apoyo de esta pequeña emisora, que puede sacarnos de apuros, en el momento más inesperado. Recordemos que el móvil, además de permitirnos aprovechar el tiempo, y chatear con simpáticos y prácticos mensajes de 0.12€, ha salvado muchas vidas.

Alrededor de este imponente adelanto tecnológico se han tejido toda clase de historias. Hay quien gracias a él se ha enamorado, y hay quien ha suspendido los exámenes por habérselos chivado vía sms, desde el otro lado de la línea.

En mi caso particular, esta desmedida defensa del “aparatejo”, es obligada. Él ha venido a auxiliar mi perezosa memoria, dejándome guardar todos los teléfonos de mis familiares y amigos. Apenas me sé, hoy por hoy, el número de mi madre. Si me lo dejo en casa estoy perdida, y en las interminables esperas de “la consulta del médico” o la peluquería, me libera del tedioso recurso de empaparme con los titulares de la prensa amarilla: a falta del periódico borro los mensajes, y repaso mi agenda ¿Quién da más?.
Si la rutinas diaria nos somete, a la meticulosa repetición periódica, de una inalterable relación de procedimientos, y la lista de nuestras adicciones suele crecer con los años y con la cintura, yo no sé ustedes, pero en mi caso, ahora habría que añadir a este listado, la móvil-dependencia, que a mi modo de ver, es algo más que otra adicción.

Milagrosa Carrero Sánchez




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